sábado, 3 de mayo de 2014

Pobreza, ajuste y represión en el mundo

Dos claras tendencias se imponen hoy a nivel mundial en el marco de la agudización de la crisis general del capitalismo: por un lado -de índole estructural-, aquella que acompaña al desarrollo del capital desde sus comienzos pero que alcanza en la actualidad dimensiones escalofríantes, la pobreza; por otra parte -en el plano superestructural-, una expresión más o menos recurrente en la historia del capitalismo cada vez que éste se ve envuelto en circunstancias que lo ponen en jaque, el recrudecimiento de la extrema derecha, la reedición de alternativas de corte fascistas.
La agudización de las contradicciones del capitalismo se pone de manifiesto en: el decaimiento de las economías locomotoras del sistema y la desaceleración económica en el resto de los países, el agravamiento y perdurabilidad de las crisis que se ciñen sobre los pueblos, el aumento de la tasa de explotación de los trabajadores -como mecanismo predilecto para contrarrestar los efectos de la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia-, la intensificación de las luchas interimperialistas (entre EEUU, Rusia y China, fundamentalmente) y la profundización de la lucha ideológica y política a escala planetaria, entre otras.
En este contexto, quienes pagan el costo de la supervivencia y reproducción del capital son las ingentes masas de trabajadores del mundo: precarización laboral y empobrecimiento se combinan con la expulsión del mercado de trabajo y la marginalidad. Como en las anteriores crisis del capitalismo, a la iniciada en 2008 le siguió un proceso de endurecimiento de las condiciones de vida de los pueblos configurando lo que algunos denominan un “nuevo mapa de la pobreza”, a partir del alarmante crecimiento, multiplicación en algunos casos, de los índices de pobreza y marginalidad.
Según la Eurostat -agencia de Estadísticas Europea-, en 2013 unos 130 millones de personas, alrededor del 25% de los 28 países de la Unión Europea se encontraban por debajo de la línea de pobreza o estaban en peligro de exclusión social. La cifra aumentó en un 8% respecto de 2008. Los países más afectados son Grecia, Portugal, España, Italia, Francia, Irlanda, Lituania y Bulgaria. España, quizás, representa la cifra más alarmante del continente con una tasa de paro que ronda el 25% de la población. En la potencia norteamericana, las cosas no están mejor; el 15% de la población -según datos oficiales- vive por debajo de la línea de la pobreza.
Ser pobre en Europa hoy no dista mucho del pobre latinoamericano (cuando pocas décadas atrás los parámetros de pobreza en los países centrales del viejo continente eran bien distintos a los del nuestro), esto es: niños malnutridos, sin escolarizar, jubilados al borde de la miseria, familias enteras que pasan hambre, frío en invierno, desalojadas de sus viviendas, gente que busca en la basura para alimentarse, panorama que al parecer está incorporándose como natural al paisaje de sociedades que hasta entonces no lo reconocían como tal.
A la crisis económica de la burguesía la acompaña su crisis política: alarmada por la falta de credibilidad de su democracia, intenta retomar las riendas abriendo paso a alternativas reaccionarias (puesto que las “progresistas” encabezadas por ciertas facciones del capital han demostrado su corto alcance). A sólo un mes de las elecciones del Parlamento europeo, la burguesía da cuenta del drástico descenso en la intención de participar de sus electores. Y así lo confirman los preocupantes indicadores de las últimas décadas, donde la participación electoral evidencia un descreimiento generalizado de los europeos respecto de su clase política: desde las primeras elecciones parlamentarias europeas, en el año 1979, donde se registraron un 63% de los votantes, la cifra cayó a un 58,5% de los sufragantes en 1989, a un 49,8% una década más tarde y, hacia la convocatoria de 2009 a un 43%. Datos más que significativos.
En este marco, la derechización de los gobiernos y el crecimiento de grupos de extrema derecha es una tendencia que se impone y expande, teniendo como blanco de sus agresiones a los trabajadores del mundo: nativos, inmigrantes, empleados, desocupados, expulsados del sistema, jóvenes, ancianos, niños, hombres y mujeres, porque el capital no discrimina a la hora de explotar.
La supresión de los derechos y conquistas de la clase trabajadora, así como la criminalización de la protesta social, están a la orden del día en Italia, Francia, Ucrania y Alemania, países que se ubican claramente a la cabeza del proceso. El último en particular, actúa como un verdadero laboratorio policial; Hamburgo muestra una faceta poco conocida de un Estado represivo, barrios completos de la ciudad permanecen bajo estado de excepción colocándose bajo sospecha a cualquier hombre de piel oscura o aspecto africano. El trasfondo: 10% de la población controla el 65% de la riqueza de la ciudad, un índice de desempleo del 7,5%, 23% de niños pobres (en algunos barrios la cifra asciende al 50%), la localidad lidera la lista de pensionistas que apenas subsisten de lo que cotizaron en su vida laboral, etcétera.
En Italia, la denominada “Liga del Norte” (partido ultraderechista afincado en el Norte del país) responsable de la campaña de hostigamiento hacia la Ministra de Integración Cécile Kyenge, por su origen congolés y su proyecto de otorgar derecho a la nacionalidad a hijos de inmigrantes nacidos en el país -entre otros-, redobló sus ataques racistas y concretó, hacia los primeros días del año, reuniones con Marine Le Pen (diputada de extrema derecha de la UE por Francia). La burguesía se repliega, une y coordina sus acciones. En Ucrania, el nuevo gobierno ultraderechista y antisemita, con grupos neonazis circulando por las calles, es bendecido por la Unión Europea.
En Francia, “el socialismo vira a la derecha”: Hollande anuncia un paquete de medidas de neto corte liberal cediendo ante las presiones del principal grupo empresarial de la región. El llamado “Pacto de responsabilidad” -cuyo objetivo es “facilitar la vida de las empresas”- anunciado en la última conferencia presidencial del año pasado, elimina las cotizaciones familiares de las empresas hasta el 2017 (lo que implica un ahorro empresarial que ronda los 35 mil millones de euros), recorta el gasto público y “simplifica” la política impositiva.


Así las cosas, la burguesía no puede proceder tan libremente como quisiera: los pueblos resisten en diferentes partes del mundo, aunque aún de modo inconexo, y con un carácter defensivo. Sin lugar a dudas tiene importancia el hecho de la ausencia de un “faro” ideológico, un ejemplo práctico de tipo de sociedad a seguir. Éste es el gran desafío, toda vez que las condiciones objetivas son distintas y mucho más complejas que las del siglo XX. Pese a ésto, el capitalismo no sólo no ha perdido, sino que ha agravado su carácter explotador a escala planetaria, lo que hace necesario más que nunca el internacionalismo proletario, es decir, la unidad de los trabajadores, para transformar las luchas defensivas en avances concretos hacia la supresión del sistema de explotación.