Dos
claras tendencias se imponen hoy a nivel mundial en el marco de la
agudización de la crisis general del capitalismo: por un lado -de
índole estructural-, aquella que acompaña al desarrollo del capital
desde sus comienzos pero que alcanza en la actualidad dimensiones
escalofríantes, la pobreza; por otra parte -en el plano
superestructural-, una expresión más o menos recurrente en la
historia del capitalismo cada vez que éste se ve envuelto en
circunstancias que lo ponen en jaque, el recrudecimiento de la
extrema derecha, la reedición de alternativas de corte fascistas.
La
agudización de las contradicciones del capitalismo se pone de
manifiesto en: el decaimiento de las economías locomotoras del
sistema y la desaceleración económica en el resto de los países,
el agravamiento y perdurabilidad de las crisis que se ciñen sobre
los pueblos, el aumento de la tasa de explotación de los
trabajadores -como mecanismo predilecto para contrarrestar los
efectos de la ley de la tendencia decreciente de la tasa de
ganancia-, la intensificación de las luchas interimperialistas
(entre EEUU, Rusia y China, fundamentalmente) y la profundización de
la lucha ideológica y política a escala planetaria, entre otras.
En
este contexto, quienes pagan el costo de la supervivencia y
reproducción del capital son las ingentes masas de trabajadores del
mundo: precarización laboral y empobrecimiento se combinan con la
expulsión del mercado de trabajo y la marginalidad. Como en las
anteriores crisis del capitalismo, a la iniciada en 2008 le siguió
un proceso de endurecimiento de las condiciones de vida de los
pueblos configurando lo que algunos denominan un “nuevo mapa de la
pobreza”, a partir del alarmante crecimiento, multiplicación en
algunos casos, de los índices de pobreza y marginalidad.
Según
la Eurostat -agencia de Estadísticas Europea-, en 2013 unos 130
millones de personas, alrededor del 25% de los 28 países de la Unión
Europea se encontraban por debajo de la línea de pobreza o estaban
en peligro de exclusión social. La cifra aumentó en un 8% respecto
de 2008. Los países más afectados son Grecia, Portugal, España,
Italia, Francia, Irlanda, Lituania y Bulgaria. España, quizás,
representa la cifra más alarmante del continente con una tasa de
paro que ronda el 25% de la población.
En la potencia norteamericana, las cosas no están mejor; el 15% de
la población -según datos oficiales- vive por debajo de la línea
de la pobreza.
Ser
pobre en Europa hoy no dista mucho del pobre latinoamericano (cuando
pocas décadas atrás los parámetros de pobreza en los países
centrales del viejo continente eran bien distintos a los del
nuestro), esto es: niños malnutridos, sin escolarizar, jubilados al
borde de la miseria, familias enteras que pasan hambre, frío en
invierno, desalojadas de sus viviendas, gente que busca en la basura
para alimentarse, panorama que al parecer está incorporándose como
natural al paisaje de sociedades que hasta entonces no lo reconocían
como tal.
A
la crisis económica de la burguesía la acompaña su crisis
política: alarmada por la falta de credibilidad de su democracia,
intenta retomar las riendas abriendo paso a alternativas
reaccionarias (puesto que las “progresistas” encabezadas por
ciertas facciones del capital han demostrado su corto alcance). A
sólo un mes de las elecciones del Parlamento europeo, la burguesía
da cuenta del drástico descenso en la intención de participar de
sus electores. Y así lo confirman los preocupantes indicadores de
las últimas décadas, donde la participación electoral evidencia un
descreimiento generalizado de los europeos respecto de su clase
política: desde las primeras elecciones parlamentarias europeas, en
el año 1979, donde se registraron un 63% de los votantes, la cifra
cayó a un 58,5% de los sufragantes en 1989, a un 49,8% una década
más tarde y, hacia la convocatoria de 2009 a un 43%. Datos más que
significativos.
En
este marco, la derechización de los gobiernos y el crecimiento de
grupos de extrema derecha es una tendencia que se impone y expande,
teniendo como blanco de sus agresiones a los trabajadores del mundo:
nativos, inmigrantes, empleados, desocupados, expulsados del sistema,
jóvenes, ancianos, niños, hombres y mujeres, porque el capital no
discrimina a la hora de explotar.
La
supresión de los derechos y conquistas de la clase trabajadora, así
como la criminalización de la protesta social, están a la orden del
día en Italia, Francia, Ucrania y Alemania, países que se ubican
claramente a la cabeza del proceso. El último en particular, actúa
como un verdadero laboratorio policial; Hamburgo muestra una faceta
poco conocida de un Estado represivo, barrios completos de la ciudad
permanecen bajo estado de excepción colocándose bajo sospecha a
cualquier hombre de piel oscura o aspecto africano. El trasfondo: 10%
de la población controla el 65% de la riqueza de la ciudad, un
índice de desempleo del 7,5%, 23% de niños pobres (en algunos
barrios la cifra asciende al 50%), la localidad lidera la lista de
pensionistas que apenas subsisten de lo que cotizaron en su vida
laboral, etcétera.
En
Italia, la denominada “Liga del Norte” (partido ultraderechista
afincado en el Norte del país) responsable de la campaña de
hostigamiento hacia la Ministra de Integración Cécile Kyenge, por
su origen congolés y su proyecto de otorgar derecho a la
nacionalidad a hijos de inmigrantes nacidos en el país -entre
otros-, redobló sus ataques racistas y concretó, hacia los
primeros días del año, reuniones con Marine Le Pen (diputada de
extrema derecha de la UE por Francia). La burguesía se repliega, une
y coordina sus acciones. En Ucrania, el nuevo gobierno
ultraderechista y antisemita, con grupos neonazis circulando por las
calles, es bendecido por la Unión Europea.
En
Francia, “el socialismo vira a la derecha”: Hollande anuncia un
paquete de medidas de neto corte liberal cediendo ante las presiones
del principal grupo empresarial de la región. El llamado “Pacto de
responsabilidad” -cuyo objetivo es “facilitar la vida de las
empresas”- anunciado en la última conferencia presidencial del año
pasado, elimina las cotizaciones familiares de las empresas hasta el
2017 (lo que implica un ahorro empresarial que ronda los 35 mil
millones de euros), recorta el gasto público y “simplifica” la
política impositiva.
Así
las cosas, la burguesía no puede proceder tan libremente como
quisiera: los pueblos resisten en diferentes partes del mundo, aunque
aún de modo inconexo, y con un carácter defensivo. Sin lugar a
dudas tiene importancia el hecho de la ausencia de un “faro”
ideológico, un ejemplo práctico de tipo de sociedad a seguir. Éste
es el gran desafío, toda vez que las condiciones objetivas son
distintas y mucho más complejas que las del siglo XX. Pese a ésto,
el capitalismo no sólo no ha perdido, sino que ha agravado su
carácter explotador a escala planetaria, lo que hace necesario más
que nunca el internacionalismo proletario, es decir, la unidad de los
trabajadores, para transformar las luchas defensivas en avances
concretos hacia la supresión del sistema de explotación.