martes, 7 de julio de 2009

A 132 AÑOS DE LA PRIMERA GRAN HUELGA DE TRABAJADORES EN EE.UU.: EL CAPITALISMO QUE NO CAMBIA

Hacia la segunda mitad del siglo XIX, el acelerado proceso de desarrollo capitalista dio lugar al surgimiento de grandes empresas monopólicas que pronto lograron hacerse del control de amplios sectores productivos; en norteamérica, el elemento simbólico de esta transición a un capitalismo monopolista fue la industria ferroviaria: conforme los ferrocarriles se hicieron indispensables para asegurar el éxito económico del país, un reducido grupo de capitalistas fue concentrando en sus manos el dominio de todas las ramas productivas vinculadas a éste.Así, poco tiempo bastó para que tres compañías ferroviarias lograran acumular grandes fortunas a costa de la ruina de cientos de obreros sometidos a condiciones inhumanas de trabajo, al amparo de un Estado que garantizaba a los capitalistas el máximo grado de explotación de la fuerza de trabajo.En este contexto, frente a los insoportables atropellos diarios, estalló, en junio de 1877, la primera gran huelga de trabajadores en EEUU -considerada una de las más importantes a nivel mundial hasta entonces-, que pronto se extendió a casi la totalidad de los sectores productivos del país, paralizando las actividades económicas de la nación que ya se perfilaba como potencia mundial.

La situación de la clase trabajadora hacia la década de 1870 en Estados Unidos era deplorable y no cesaba de empeorar: más de 5 millones de individuos estaban desempleados, y los que tenían trabajo, no estaban mejor.Respecto a aquellos que se desempeñaban en la industria ferroviaria -de número creciente debido al colosal tamaño de este sector- percibían salarios en continuo descenso, que no bastaban para pagar las deudas contraídas con sus patrones (a cuenta del hospedaje en los hoteles de las compañias, dado que se les exigía estar siempre disponibles), con lo cual se hacían frecuentes las obligaciones no remuneradas, a esto sumado los padecimientos propios de una ocupación altamente riesgosa.Sin organización ni protección sindical de ningún tipo, los trabajadores sólo podían recurrir a débiles protestas que eran sofocadas prontamente por los ejércitos privados de las empresas, con la ayuda, muchas veces, de las fuerzas represivas federales.
Tal como estaban las cosas sólo faltaba una nueva disposición capitalista en contra de los trabajadores para que se sucitara el estallido de una protesta masiva; y así fue: una reducción salarial decretada en marzo de ese mismo año -para paliar los efectos de uno de los tantos ciclos depresivos de la economía capitalista- desató el comienzo de la gran huelga.Con centro en Chicago -foco industrial y ferroviario del medio oeste- y Mertinsburg (Virginia Occidental) ésta se expandió rápidamente hacia las principales ciudades nortamericanas, captando la adhesión de numerosas fábricas, minas y refinerías.Desatada la represión de las fuerzas estatales y privadas, la solidaridad y el descontento alcanzó a gran parte de la población, enfurecida por la brutalidad policial (esta última legitimada por la prensa yanqui que no tardó en calificar a la huelga de “conspiración comunista”); en pocos días, decenas de trabajadores murieron en manos de la policía.Finalmente, esta huelga sin precedentes en la historia del país, concluyó en julio de 1877 cuando la milicia estatal tomó por asalto el lugar de reunión del Comité de Huelga, dejando centenares de muertos, detenidos, despidos, reducciones salariales y “listas negras”.Raudamente, los capitalistas exigieron una Legislación más restrictiva contra pobres y huelguistas y un aumento de la intervención estatal mediante el incremento de las fuerzas represivas.
Pese a las pérdidas y derrota final -acaso por su carácter espontáneo, tal vez porque careció de un instrumento político de guía y organización- esta valerosa lucha contra las atrocidades de los monopolios capitalistas, con la cual se identificó gran parte de la población, demostró a la clase obrera su propia fuerza, convirtiéndose en el punto de partida para la organización política y sindical del movimiento obrero norteamericano.

Ésta, como tantas otras manifestaciones de los trabajadores contra la explotación del capital, comprueba: por un lado, que las periódicas crisis por las que atraviesa el capitalismo –que el mismo sistema genera- terminan por hundir todavía más a los trabajadores en la misera, quienes pagan las consecuencias cada vez más nefastas de las mismas.Por otra parte, vemos confirmado, una vez más, el papel del Estado, siempre funcional a los requerimientos de las clases dominantes, en este caso, de los monopolios norteamericanos.Además, damos cuenta cómo en escencia el capitalismo no ha cambiado, no ha modificado sus métodos coercitivos: si bien hoy en día las empresas no disponen de ejércitos propios, no faltan los grupos de “apriete”, los “rompe-huelgas”, las “listas negras”... y tampoco las fuerzas de represión del mismo Estado.Por último -lo más importante- éste, como otros, es uno de los tantos ejemplos que confirman que los trabajadores sostenemos al capitalismo, generamos toda la riqueza sobre la cual los capitalistas fundan su poder: así como somos capaces de poner en funcionamiento enormes y poderosas fuerzas productivas, somos capaces, también, de detenerlas.Si aún sin conducción, los trabajadores han demostrado que pueden hacer tambalear a la estructuctura capitalista (paralizando, por ejemplo, la industria de una potencia mundial)...¿qué no podríamos lograr nosotros, los trabajadores, organizados en torno a un instrumento de conducción y unión?

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