miércoles, 30 de septiembre de 2009

LA ACTUALIDAD DE AMÉRICA LATINA Y EL PAPEL QUE JUEGA ESTADOS UNIDOS

La ofensiva estadounidense en la región es planteada como un freno a las intenciones de gobiernos con discursos progresistas, demostrando la reacción del Imperio ante la mínima amenaza a sus intereses económicos. La estrategia de liderazgo históricamente pregonada por los demócratas norteamericanos esconde en la prédica sus intereses reales, distinguiéndose de la públicamente conocida política republicana de dominación; con matices distintos pero instando ambas por el sometimiento económico de los pueblos sin el menor recaudo a la utilización de la fuerza.
El gobierno de Obama busca recobrar el protagonismo en América Latina, considerada el “patio trasero” de Estados Unidos, inmiscuyéndose en asuntos nacionales o intrarregionales. Es un deber de la clase trabajadora el habituarnos a interpretar nuestra realidad analizando las decisiones políticas, tomando en consideración los intereses de los grupos de poder económico actuantes dentro de las fronteras de cada territorio nacional así como también de capitales “extraterritoriales”, cuyo apego a la realidad nacional simplemente está basado en la posibilidad de acrecentar sus márgenes de ganancia. Según lo citado, entonces, no podemos perder de vista el interés de control regional que tiene Estados Unidos. Pondremos énfasis en la ligazón de dicho país en el Golpe de Estado perpetrado en Honduras; en la intención de utilizar bases militares colombianas que sobrepasan las necesidades reales del conflicto interno en aquel país; y por último en el vínculo convergente de las derechas recalcitrantes de nuestros países en la promoción y el apoyo de acciones contra los pueblos de la región.
Las oligarquías se niegan a abandonar el escenario y aprovechan la menor oportunidad para sacar sus garras en defensa de negocios e intereses que explican, desde mucho tiempo atrás, la miseria de pueblos enteros. Ante la mínima intención de modificar la Constitución por parte de un gobierno como el de Zelaya, que se dice progresista y es miembro de la corriente populista antiestadounidense en Latinoamérica, la burguesía de Honduras reencontró la funcionalidad de las fuerzas armadas (perdida en América Latina en general en la década de 1980) para alcanzar el poder político planificando un Golpe de Estado cívico-militar; adicionándole la maquinaria militar y de inteligencia norteamericana, que mantiene activas sus redes y conserva vínculos poderosos con las elites locales. La presencia militar estadounidense en Honduras, que ocupa la base militar de Soto Cano (Palmerola), autorizó el Golpe de Estado con su complicidad tácita y la negativa a retirar su apoyo a los militares hondureños.
La región centroamericana ha sido de vital importancia para los Estados Unidos desde el siglo XIX, y así lo ha demostrado interviniendo de las más diversas formas en su vida política. Existen embrionariamente en el contexto de una sociedad imperialista que se rige por los intereses de las grandes compañías transnacionales que operan globalmente, y que tienen tras de sí un gran aparato no solamente económico, sino también político y cultural. Se trata del establishment de Washington y de la sofisticada red de medios de comunicación que construyen el sentido común global, y de la cual la CNN se ha convertido en el símbolo mejor identificado.
Mientras se cumplen dos meses del Golpe de Estado en Honduras y del inicio de la lucha popular por la restauración del orden constitucional, lo más significativo del panorama en aquella nación continúa siendo la valiente y ejemplar resistencia del pueblo al gobierno espurio, pese al incremento de la ferocidad y la violencia del ejército y la policía, que hasta el momento segaron la vida de al menos nueve personas y causaron graves heridas a centenares. El Pentágono entrenó, capacitó, financió y armó al ejército hondureño que perpetró el Golpe y sigue reprimiendo al pueblo de Honduras. Así, es lógico que el gobierno de Obama haya permanecido en silencio frente a la violenta represión, incluyendo los disparos de militares, la muerte de manifestantes desarmados y la censura de la prensa. Este silencio ha ayudado al gobierno golpista a proyectar una prolongada expectativa de vida.
Estados Unidos es el destino de prácticamente la mitad del comercio internacional de Honduras, tiene un programa de donaciones de 215 millones de dólares en ayuda humanitaria a través de la Cuenta del Milenio y es socio en un acuerdo de libre comercio con Centroamérica. Todo lo que tendría que hacer si realmente condenara el golpe, es cortar esos canales y aislar más a Micheletti.
Colombia, por su parte, y en medio de la confrontación con los vecinos, subordina su política exterior a su conflicto interno y a las políticas de Estados Unidos. Los dos elementos principales que caracterizan la política del gobierno de Uribe son: (1) La inextricable asociación del curso exterior con la guerra interna contra la subversión, y (2) El alineamiento incondicional con la visión y las maneras como los Estados Unidos desarrollan sus intereses estratégicos en la región y en el mundo Medina, Medófilo. La política exterior de Colombia en la relación con Estados Unidos y América Latina.(En http://www.rebelion.org, consulta el día 28 de Agosto de 2009). En su difundida política por “combatir a la guerrilla y al narcotráfico”, el gobierno de Uribe se ha embarcado en la inversión en defensa, que en 1992 representaba el 2 por ciento del PIB de Colombia y hoy supera al 6 por ciento, lo que ha transformado a las fuerzas armadas colombianas, en términos relativos, en las mayores y mejor equipadas de la región, ya que Brasil dedica 1.5 por ciento de su PIB a defensa y Argentina 1.1 por ciento. Sin embargo, el dato de mayor relevancia es la progresión del ejército colombiano, tropa que pasó de 86 mil efectivos en 1986 a 120 mil en 1994, pero se duplicó en sólo quince años con la implementación del Plan Colombia, llegando a los 217 mil soldados actuales, siendo uno de los mayores ejércitos de tierra de la región junto con el de Brasil (“Balance Militar de América del Sur 2008”, publicado por el Instituto Nueva Mayoría de Argentina. En http://www.nuevamayoria.com, consulta el día 27 de Agosto de 2009). Sin embargo, este último país tiene que cubrir un territorio de 8.5 millones de kilómetros cuadrados y 17 mil kilómetros de fronteras; y Colombia tiene una superficie ocho veces menor, cuenta con 44 millones de habitantes frente a los 190 millones de Brasil. También existe un agudo desbalance con sus vecinos: Ecuador tiene 47 mil efectivos en el ejército y Venezuela 63 mil, lo que hace que Colombia duplique la fuerza de tierra de sus dos vecinos juntos.
En el período 1992-2009, cuando se incrementaba exponencialmente el gasto en defensa, lo hacía en proporciones similares, la desigualdad en la distribución del ingreso entre los colombianos, hundiéndose en la pobreza a tres quintas partes de la población. Por otra parte, se asiste en la mayor parte del territorio colombiano a una recomposición del fenómeno paramilitar con los mismos elementos presentes desde comienzos de los noventa: narcotráfico, extorsión, toma de tierras con desplazamiento forzado e intervención en la política. La inseguridad y el crimen se extienden en Colombia como evidente fracaso de la bandera con la que el presidente Álvaro Uribe trata de ser reelegido: la “seguridad democrática”.
Colombia no acepta que nadie ponga en duda su derecho a firmar acuerdos con terceros países para luchar contra el narcotráfico y el terrorismo. Ha firmado con Estados Unidos un convenio de cooperación que le permitirá a este país la utilización de siete bases militares en su territorio, tres de la Fuerza Aérea, dos del Ejército Nacional y dos de la Armada. Es un plan de avance regional, donde una de las bases en la frontera con Venezuela, la de Palanqueros, tendrá aviones de la más avanzada tecnología de guerra cuyo alcance abarca a toda la región. Lo citado, reafirma el carácter imperial y colonialista de Washington y sus afanes hegemónicos en la región.
El Golpe de Estado perpetrado en Honduras y el convenio Colombia-Estados Unidos han sido, en el primer caso, condenado y deslegitimado, y en el segundo discutido por los países de la región; y apoyados ambos por grupos de la derecha latinoamericana reunidos en la Unión de Organizaciones Democráticas de América (UNOAmérica). Creada en diciembre de 2008, nace con el fin de constituirse en un bloque de apoyo para los sectores más reaccionarios de las oligarquías económica y militar de América Latina, de combate a toda política, por más tímida que resulte ser, que sea contraria a los intereses del imperio yanqui en la región.
Por primera vez en la historia, los países de América Latina han debatido entre ellos una cuestión altamente polémica y delicada: la presencia militar de países terceros, un asunto que siempre ha tenido una enorme repercusión en la región y que sigue suscitando fuertes polémicas. La mayoría de los gobernantes expresaron su rechazo al acuerdo suscrito entre los regímenes de Colombia y Estados Unidos. Durante la reunión de la Unión de Naciones Sudamericanas (UNASUR), el presidente venezolano Hugo Chávez sostuvo que “las bases militares son la estrategia de la dominación global de Estados Unidos y su verdadero interés es expandir su dominio y no ayudar a Colombia a combatir el narcoterrorismo”. Evaluamos como positivo el regreso de la política a la discusión de cuestiones inherentes al futuro de nuestros pueblos, a pesar de que la clase trabajadora quede a la expectativa de las decisiones que tomen al respecto las burguesías gobernantes.
La injerencia imperialista en la región ha devaluado la posibilidad de llevar a cabo las políticas regionales conjuntas planteadas por los gobiernos progresistas de la región y avaladas por sus burguesías, debiendo cambiar el enfoque hacia una estrategia defensiva, cuyo objetivo es evitar una mayor división en la región. Así las cosas, observamos la unidad regional de nuestros gobiernos burgueses como una oportunidad para la unión de los trabajadores desde dos perspectivas: luchar en el presente contexto por formar parte de las discusiones y aprovechar el discurso antiimperialista de los gobiernos progresistas para crear conciencia de unidad de los pueblos en un objetivo común, que debe tener como horizonte el sentar las bases (en la región) para diagramar el internacionalismo proletario; tomándonos la libertad para expresarnos como clase y posibilitándonos educarnos como revolucionarios. Como quería José Martí, cuando en 1891 escribió en su inmortal ensayo Nuestra América: “¡Los árboles se han de poner en fila para que no pase el gigante de las siete leguas!” Es la hora del recuento, y de la marcha unida.

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